miércoles, 2 de abril de 2014

EL FEMINISMO REACTIVA LA LUCHA CONTRA EL “EXTRACTIVISMO” EN AMÉRICA LATINA.




De sur a norte las venas de América Latina siguen sangrando. Proyectos extractivistas mineros, hidrocarburíferos o agroindustriales se multiplican por toda la geografía latinoamericana de la mano de empresas trasnacionales a las que se han ido sumando, en los últimos años, compañías estatales. Porque si hay algo en lo que coinciden gobiernos neoliberales y progresistas de la región, es en la consolidación de un modelo neo-desarrollista con base extractivista. La otra cara de este proceso de extracción y exportación de materias primas a gran escala, se asienta en la desposesión acelerada del territorio y de los derechos de las poblaciones afectadas.

Pese a que las mujeres han estado presentes en las resistencias socio-ambientales contra los proyectos extractivos, sus luchas no siempre han sido visibilizadas. Sin embargo, en las últimas décadas, la masiva presencia de mujeres y su rol protagónico en la defensa del territorio ha cobrado visibilidad en la medida en que se ha ido profundizando el proceso de despojo.

Sus voces, que parten de la pluralidad de enfoques y posicionamientos, revelan el impacto que las actividades extractivas producen en las relaciones de género y en la vida de las mujeres. Algunas se sitúan en los feminismos populares y comunitarios, otras parten desde los ecofeminismos, y muchas no se reconocen como feministas de forma explícita. Pero todas ellas, desde su diversidad, comparten el horizonte de una lucha post-extractivista, descolonizadora y antipatriarcal, y se empoderan en el marco de las resistencias. Su principal aporte: sacar a la luz los estrechos vínculos entre extractivismo y patriarcado.

Trata de mujeres y niñas

Los bloques petroleros en la Amazonía ecuatoriana, la explotación minera de Cajamarca en Perú o la ruta de la soja en Argentina comparten una realidad común. En todos estos lugares, afectados por las actividades extractivas, la masiva llegada de trabajadores ha provocado el incremento del mercado sexual. El alcohol, la violencia, y la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual se establecen en la cotidianidad de los pueblos como expresión de una fuerte violencia machista. Un informe realizado en el marco del Encuentro Latinoamericano Mujer y Minería que se celebró en Bogotá en octubre de 2011, señala que “aparecen situaciones críticas que afectan directamente a las mujeres, tales como la servidumbre, trata de personas, migración de mujeres para prestar servicios sexuales (…) y la estigmatización de las mujeres que ejercen la prostitución”.

Por otro lado, el modelo extractivista conlleva la militarización de los territorios, y las mujeres se enfrentan a formas específicas de violencia debido a su condición de género. Esto incluye, en numerosas ocasiones, agresiones físicas y sexuales por parte de las fuerzas de seguridad públicas y privadas.

Desde esta perspectiva, tanto la tierra como el cuerpo de la mujer son concebidos como territorios sacrificables. A partir de ese paralelismo, los movimientos feministas contra los proyectos extractivos han construido un nuevo imaginario político y de lucha que se centra en el cuerpo de las mujeres como primer territorio a defender. La recuperación del territorio-cuerpo como un primer paso indisociable de la defensa del territorio-tierra. Una reinterpretación en la que el concepto de soberanía y autodeterminación de los territorios se amplía y se vincula con los cuerpos de las mujeres.

Son las mujeres Xinkas en resistencia contra la minería en la montaña de Xalapán (Guatemala) quienes, desde el feminismo comunitario, construyen este concepto. Plantean que defender un territorio-tierra contra la explotación sin tener en cuenta los cuerpos de las mujeres que están siendo violentados es una incoherencia. “La violencia sexual es inadmisible dentro de este territorio porque entonces ¿para qué lo defiendo?”, se preguntaba Lorena Cabnal, integrante de la Asociación de Mujeres Indígenas de Santa María de Xalapán – Jalapa.

“Las mujeres somos una economía en resistencia”

La penetración de industrias extractivas en los territorios desplaza y desarticula las economías locales. Rompe con las formas previas de reproducción social de la vida, que quedan reorientadas en función de la presencia central de la empresa. Este proceso instala en las comunidades una economía productiva altamente masculinizada, acentuando la división sexual del trabajo. El resto de economías no hegemónicas – la economía popular, de cuidados, etc. –, que hasta ese momento han podido tener cierto peso en las relaciones comunitarias, pasan a ser marginales.

En un contexto donde los roles tradicionales de género están profundamente arraigados y donde el sostenimiento de la vida queda subordinado a las dinámicas de acumulación de la actividad extractiva, los impactos socio-ambientales como la contaminación de fuentes de agua o el aumento de enfermedades incrementan notablemente la carga de trabajo doméstico y de cuidados diario que realizan las mujeres.

“Hay miles de experiencias productivas y económicas desde las mujeres que a partir de hoy las reconocemos y las nombramos como economías en resistencia.” A través de esta idea, adoptada de forma colectiva en el Encuentro Regional de Feminismos y Mujeres Populares celebrado en Ecuador en junio de 2013, las mujeres plantean otra forma de hacer economía. Una economía basada en la gestión de los bienes comunes que garantiza la reproducción cotidiana de la vida. Tal y como asegura la socióloga e investigadora argentina Maristella Svampa, la presencia de las mujeres en las luchas socio-ambientales ha impulsado un nuevo lenguaje de valoración de los territorios basado en la economía del cuidado. Detrás de esas luchas, por lo tanto, emerge un nuevo paradigma, una nueva lógica, una nueva racionalidad.

El extractivismo y la reconfiguración del patriarcado

“La presencia de hombres de otro lugar que ocupan las calles, se ponen a tomar [beber alcohol] y fastidian a las mujeres, genera que éstas no puedan salir a tomar un café porque las tratan como a putas”, cuentan las mujeres en Cajamarca, una de las regiones más afectadas por las actividades mineras en Perú.

En un contexto de acelerada masculinización del espacio, el extractivismo rearticula las relaciones de género y refuerza los estereotipos de masculinidad hegemónica. En las zonas en las que se asientan las industrias extractivasse consolida el imaginario binario basado en la figura del hombre proveedor donde lo masculino está asociado a la dominación. En esta recategorización de los esquemas patriarcales, el polo femenino queda ubicado en la idea de mujer dependiente, objeto de control y abuso sexual.

En definitiva, tal y como señala un estudio publicado por Acsur-Las Segovias, las aspiraciones colectivas que rodean a las actividades extractivas están fuertemente influidas por patrones masculinos, por imaginarios masculinizados. En este sentido, las experiencias feministas permiten visibilizar el extractivismo como una etapa de reactualización del patriarcado. La investigadora y activista social mexicana Raquel Gutiérrez sostiene que “extractivismo y patriarcado tienen una liga simbiótica. No son lo mismo, pero no puede ir el uno sin el otro.”

Protagonistas de la resistencia

Cuando la empresa Yanacocha adquirió el proyecto minero Conga en 2001, nunca imaginó que una sola mujer pondría en riesgo sus aspiraciones. Máxima Acuña se enfrenta con firmeza a uno de los gigantes de la minería. Se niega a entregar sus tierras, ubicadas frente a la Laguna Azul de la región peruana de Cajamarca, a una empresa que ha sido varias veces denunciada por la adquisición irregular de terrenos privados. Desde el año 2011 Máxima y su familia han sido víctimas de violentos intentos de desalojo por parte del personal de la minera y de la policía estatal. Entre amenazas, intimidaciones y hostigamientos, resiste a un proceso judicial plagado de irregularidades que la empresa interpuso bajo el cargo de usurpación de tierras.

En junio de 2008 Gregoria Crisanta Pérez y otras siete mujeres de la comunidad de Agel, en San Miguel Ixtahuacán, Guatemala,  Guatemala, sabotearon el tendido eléctrico interrumpiendo el suministro de la minera Montana Exploradora, subsidiaria de la canadiense Goldcorp Inc. Durante cuatro años recayó sobre ellas una orden de captura por sabotaje del funcionamiento de la mina. Finalmente, en mayo de 2012, los cargos penales fueron levantados y las mujeres lograron recuperar parte de las tierras de Gregoria, que venían siendo utilizadas de forma irregular por la empresa.

Las mujeres del pueblo de Sarayaku, en la Amazonía ecuatoriana, encabezaron la resistencia contra la petrolera argentina Compañía General de Combustibles (CGC), a la que lograron expulsar de sus tierras en el año 2004. El Estado ecuatoriano había concesionado el 60% de su territorio a la empresa, sin realizar ningún proceso de información ni consulta previa. Fueron las mujeres quienes, desde el principio, tomaron la iniciativa. Cuando el ejército incursionó en su territorio militarizando la zona en favor de la petrolera, ellas les requisaron su armamento. El ejército quiso negociar la devolución de las armas de forma secreta. El pueblo de Sarayaku, empujado por las mujeres, convocó a toda la prensa del Ecuador para sacar el caso a la luz pública. En el año 2012, tras una década de litigios, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos declaró la responsabilidad del Estado ecuatoriano en la violación de los derechos del pueblo de Sarayaku.



Estos y otros casos ilustran el panorama anti-extractivista latinoamericano en el que las mujeres se alzan como protagonistas de la resistencia, incorporando nuevos mecanismos de lucha y reivindicando su propio espacio. En su comunicado, las mujeres amazónicas que en octubre de 2013 caminaron durante más de 200 km en contra de la XI Ronda Petrolera en Ecuador, proclamaban: “Defendemos el derecho de las mujeres a defender la vida, nuestros territorios, y a hablar con nuestra propia voz”.

martes, 1 de abril de 2014

ALEXANDRA KOLLONTAI

Mujeres para pensar

31/03/1872 – 09/03/1952


“La unión a través del afecto y la camaradería, la unión de dos miembros iguales de la sociedad comunista, ambos libres, ambos independientes y ambos trabajadores. Basta de someter a la mujer en el hogar, basta de la falta de igualdad dentro de la familia.” A. K.


Notable economista política y revolucionaria rusa. La única mujer miembro del Comité Central de Lenin. Diplomática de carrera, defensora de la emancipación de la mujer, Kollontai trató el tema de la sexualidad de la mujer, su timidez y el activismo político.

Alexandra Domontovich nació en el seno de una familia aristocrática de San Petersburgo. Su padre era general del ejército imperial ruso y su madre hija de un comerciante de maderas. Criada mayormente por la servidumbre, tenía maestros privados en casa durante el año y pasaba el verano leyendo en la finca de la familia de Karelia en Finlandia, bajo dominación rusa en esa época. Así, Kollontai se interiorizó de la vida de los arrendatarios de tierras y los trabajadores agrícolas. Estudió literatura con Victor Ostrogorskii, obtuvo el título de maestra y comenzó a escribir.

Contra los deseos de sus padres, en 1893 se casó con su primo Vladimir Ludvigovich Kollontai, oficial de ejército. Luego del nacimiento de su hijo Mikhail, la vida de matrimonio resultó un gran desilusión, al sentirse atrapada en casa sin tiempo para escribir.

Durante una inspección a una fábrica textil, Kollontai encontró un niño muerto en una vivienda hacinada de los barrios pobres, hecho que marcó su vida y la convirtió en revolucionaria.

Aun enamorada de su marido, en 1898 Kollontai dejó atrás su vida matrimonial y a su hijo para estudiar economía política en Zurich. Ya había leído a Marx y Lenin y en Zurich se familiarizó con las ideas de Karl Kautsky y Rosa Luxemburg. Su primer artículo examinaba la relación del medio ambiente en el desarrollo de los niños y su primer libro investigaba las condiciones de vida y de trabajo del proletariado finlandés con relación a la industria. El libro se publicó en 1903 en San Petersburgo donde llamó la atención entre los círculos revolucionarios.

El 3 de enero de 1905, se unió a la marcha de los trabajadores al Palacio de Invierno en San Petersburgo, que terminó en la masacre del Domingo Sangriento: los guardias imperiales del Zar mataron a unos 130 manifestantes. En 1906 publicó una colección de artículos sobre Finlandia y el socialismo. Acusada de fomentar un levantamiento armado contra el imperio ruso, tuvo que escapar para evitar ser arrestada. Vivió en el exilio desde 1908 viajando por Europa dando conferencias.

En 1914 Kollontai se unió a los Bolcheviques, la facción radical del partido Social Demócrata de los trabajadores rusos, establecido por Lenin. Debido a sus actividades revolucionarias estuvo presa brevemente en Alemania y en Suecia, de donde la echaron. Desde 1915, Kollontai fue asistente de Lenin. Como ardiente pacifista, viajó por Estados Unidos dando conferencias contra la participación en la Primer Guerra Mundial.

Luego de la revolución rusa de 1917, regresó a San Petersburgo y fue arrestada meses más tarde junto con Lev Trotsky. Fue liberada bajo fianza, pagada por el escritor Máximo Gorky entre otros. En junio la nombraron delegada rusa en el IX Congreso del partido Social Demócrata finlandés.

Kollontai se convirtió en la primera mujer elegida como miembro del Comité Central del partido. Luego de la revolución de octubre, cuando Lenin y los bolcheviques tomaron el poder, la nombraron comisaria del pueblo de Bienestar Social. Al llegar al ministerio se encontró con una huelga de los empleados mientras delegaciones de minusválidos hambrientos, huérfanos desnutridos sitiaron el edificio. Con lágrimas en los ojos Kollontai mandó arrestar a los huelguistas hasta que entregaran las llaves de la oficina y la caja fuerte. Cuando las regresaron, se descubrió que la ministra anterior, la condesa Panina se había llevado los fondos.

Kollontai fue una figura tan popular como controvertida por defender la simplificación de los procedimientos de matrimonio y divorcio, mejorar la posición de los hijos ilegítimos y organizar campañas que promovían reformas en la vida doméstica. Junto con Inessa Armand y  Nadezhda Krupskaia fue miembro fundador del Sector de la Mujer del Partido Comunista. Con esta organización trabajó para mejorar las condiciones de la vida de las mujeres en la Unión Soviética, luchó contra el analfabetismo y a favor de la institución de leyes de trabajo. Su contribución al movimiento para llevar la izquierda hacia un sistema  más humanista y menos centralizado fue disputada aunque no silenciada.

En 1918, Kollontai se casó con Pvel Dybenko de quien se separó en 1922 y luego tuvo un largo amorío con un activista bolchevique doce años más joven que ella. Rechazaba el feminismo burgués de la época al insistir en que el socialismo era una condición necesaria para la emancipación de la mujer y la igualdad entre los sexos. En 1933 recibió la Orden de Lenin por su trabajo organizativo con la mujer.

A principio de los años 20 Kollontai fue vicepresidenta del Secretariado  Internacional de la Mujer del Internacional Comunista. Desilusionada con la Nuevo Política Económica de Lenin, que permitía la actividad privada en la agricultura, el comercio y la industria menor, Kollontai tuvo un papel preponderante en la oposición de los Trabajadores Libertarios. El grupo dentro del partido exigía una democracia mayor y quería transferir más poder a las organizaciones sindicales, en vez del Estado. Luego de haber sido prohibido en 1921, varios miembros del grupo fueron arrestados y asesinados. Al volverse cada vez más crítica del Partido Comunista fue marginada políticamente, lo que tal vez le salvó la vida.

La liberación sexual de la mujer, uno de los programas de Kollontai fue criticado por mujeres de la clase trabajadora. Su teoría contra el amor posesivo tampoco recibió la aprobación de Lenin. Sus adversarios políticos manipularon sus teorías para acusarla de defender la promiscuidad y descuidar sus obligaciones y la amenazaron con expulsarla del partido. Por fin Lenin forzó su renuncia en 1918 como comisaría debido a su total desacuerdo con las políticas del momento.

Luego de un breve período en 1922 en Ucrania como Comisaria de Propaganda y Agitación, Kollontai continuó como diplomática. Fue nombrada Ministra de Noruega, puesto que ocupó de 1923 a 1926. Desde 1930 fue diplomática en Suecia y en 1943 se convirtió en la primera mujer embajadora del mundo. En este período vivió prácticamente exiliada alejada de la política.

Su Autobiografía de una mujer emancipada sexualmente se publicó primero en Alemania en 1927, y nunca se publicó en Rusia. Entre 1934 y 1939 Stalin liquidó al 70% de los miembros del comité central. Kollontai fue una de las pocas líderes del primer gobierno bolchevique que no murieron en las purgas, aunque Stalin la consideraba una traidora.

Kollontai tuvo un papel prominente en las negociaciones para el armisticio de 1944 que concluyó la guerra entre Rusia y Finlandia (1939-1940). Regresó a la Unión Soviética en 1945. Fue nominada en 1946 para el Premio Nóbel de la Paz. Pasó sus últimos años en Moscú, escribiendo sus memorias y sirviendo como asesora del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso. En 1947 Kollontai sometida a una silla de ruedas, sufriendo dificultades de racionamiento y claramente deprimida con la situación política, igualmente hasta el final se mantuvo fiel a la causa Marxista-Leninista. Murió de un infarto cardíaco en Moscú.